Muchas veces, tomar la decisión de iniciar una terapia no es fácil porque asusta lidiar con las emociones, salir de la zona de confort, hacer cambios, mirarse, etc. Más que por una decisión consciente de hacer terapia, muchos pacientes llegan a consulta “porque los mandaron”, o porque siempre terminan en las mismas situaciones conflictivas y dolorosas sin entender por qué.
Hacer terapia es emprender un camino a través del cual, recorremos la historia de la persona para que pueda descubrir su esencia y expresarla. Como todo camino desconocido, puede tener altos y bajos. A veces, es necesario internarse por recovecos, perderse, retroceder, detenerse y reanudar el paso para volver a encontrar la ruta. Puede haber momentos difíciles y otros más livianos y, de vez en cuando, las ganas de abandonar también pueden aparecer. Para recorrer este camino, es necesario desarrollar la voluntad, la perseverancia y la valentía pero, por sobre todo, se requiere tener una gran motivación.
Muchas veces, la motivación es querer estar bien, tener una vida plena, gratificante, sentirse bien con uno mismo, ser feliz. Sin embargo, detrás de esta motivación subyace algo más profundo que no es otra cosa que amor hacia uno mismo. Decidir hacer terapia es un profundo gesto de amor hacia ti mismo, pues es este amor el que impulsa la perseverancia y continuar con el proceso. El amor hacia ti, te permite, además, conectar con el merecimiento de aquello que sueñas para ti y para tu vida.
Es por ello, que honro a cada paciente que llega a consulta, honro su proceso y honro su decisión. Hacer terapia es permitirse ser vulnerable, es permitirse ser ayudado y acompañado y, ante eso, a nosotros los terapeutas nos corresponde acompañar con respeto, sin juicios, con empatía y profundo amor por el proceso del que te elige como su terapeuta y como su acompañante en ese recorrido.
Andrea Marambio,
Terapeuta holística